Blog de Pastoral Juvenil de la Diócesis de Teruel y Albarracín, dedicado a dar a conocer todas nuestras actividades y a permitir a los jóvenes participar en este espacio como una forma de compartir nuestra inquietud por seguir a Cristo. Realizamos la mayoría de actividades en nuestra delegación (C/ Yague de Salas nº18 1ºC)

viernes, 4 de abril de 2014

África Central; cuando la Iglesia es «hospital de campaña»

El padre Justin pone en práctica la exhortación de Papa Francisco, recibiendo a más de 2 mil musulmanes en su parroquia, arriesgando la propia vida

«Hamidou recorrió más de 200 kilómetros para llegar hasta aquí, a Carnot. Cuando se presentó, estaba exhausto, desnutrido, deshidratado, pero sobre todo aterrorizado. Hamidou tiene 13 años. Durante días y días caminó solo, en la selva, y se ponía a correr cada que oía disparos». El padre Justin respira profundamente antes de proseguir con su narración. Hamidou hoy es huéspes de su parroquia, junto a otros mil musulmanes. La Iglesia de los Santos Mártires de Uganda del padre Justin Nary es la única de Carnot, una pequeña ciudad a unos 100 kilómetros de la frontera con Camerún. Alrededor de 35 mil centroafricanos hay huido hacia Camerún; otros 82 mil están en Chad.


Carnot se encuentra en el camino que lleva a Camerún. Hace 10 años tenía 45 mil habitantes; hoy no se sabe con certeza. Después de la destitución del presidente Djotodia, a principios de enero, los musulmanes en África Central se encuentran en el ojo del huracán. Hoy todos los musulmanes están pagando por la violencia de los hombres de Seleka, la mayor parte extranjeros (sobre todo de Chad y Sudán). En estos momentos, los que están sembrando el terror en África Central son los Anti-balaka, los “anti-machete”, que, vengándose de las fechorías de los Seleka, están atacando a todos los musulmanes de la región. Y muchos de ellos han encontrado refugio en los lugares más seguros y acogedores: las parroquias y los seminarios, los conventos. Solamente en la capital, Bangui, alrededor de 120 mil personas están acampando en 40 edificios religiosos. También fuera de la capital, en muchas parroquias se ocultan miles de musulmanes: en Bossangoa, Boda, Baoro, Bossemptele y, obviamente, Carnot.


Hamidou es uno de los muchísimos musulmanes que se han visto obligados a huir. Hace un mes estaba en su casa, con su familia; escuchó disparos y que su padre les gritaba a él y a sus hermanos que huyeran. Les dio un poco de dinero y cada uno de los hermanos se fue hacia una dirección diferente. Hamidou corrió y corrió, hasta que sus fuerzas se agotaron. Se encontraba en medio de la jungla. Entonces entendió que no tenía otra elección, debía proseguir su camino. Durante muchos días (no sabe con precisión cuántos fueron) comió raíces y tomó el agua que iba encontrando en su camino. Después llegó a Carnot, hace justamente un mes. Se enteró de que podía recibir ayuda y se dirigió inmediatamente a la parroquia. Y finalmente alguien se ocupó de él: el abad Justin.


«Acogemos refugiados en la parroquia desde finales de enero. La mayor parte son de la etnia Peul y Aussa, casi todos son musulmanes. Obviamente nuestras puertas están abiertas para todos: no hacemos distinciones ni de raza ni de religión». El padre Justin no ha dudado: esa gente necesita ayuda. Y no importa si en la ciudad hay algunos enojos, incluso entre los cristianos. Hay quien teme que entre los refugiados, que son unas 1400 personas, haya infiltrados. El padre Justin no se muestra preocupado: «He vaciado la caja de la Iglesia para dar de comer a esta gente. Después pedí ayuda a las organizaciones humanitarias, y finalmente llegó algo. Muchos cristianos traen comida: papas, arroz... ¡Nosotros debemos acoger, ayudar! Y también hacer que el mundo sepa que hay una guerra que está destrozando África Central; hay que sensibilizar a la opinión pública. Y nada más».


El padre Justinno es el único que ha arriesgado la vida (no solo dinero y reputación) para defender a los desplazados: «A principios de febrero llegaron los Anti-balaka. Yo y el pastor protestante fuimos a la selva para hablar con ellos, para tranquilizarlos. Pero, de cualquier manera, unos días después entraron a la ciudad. Querían llevarse a todos los musulmanes, los desplazados que viven con nosotros, para matarlos. Nos opusimos ; hablamos mucho tiempo, comimos juntos e incluso les dimos dinero». En África Central es normal actuar así, pero no fue suficiente. Un grupo de hombres armado se presentó en la Iglesia con 40 litros de gasolina, amenazantes: «Debíamos entregarles a los musulmanes o pagar un millón de francos».

El padre Justin se levanta a las 4.30 de la madrugada. Reza y después para algunas horas con sus huéspedes: «Me cuentan sus historias, nos comunicamos experiencias, emociones... no solo informaciones. Tenemos intercambios muy intensos». Tal vez por este motivo, a pesar de todo, el párroco siempre tiene la moral alta. La Iglesia, la casa parroquial, las oficinas y su habitación están llenas de gente, el patio está lleno de tiendas de campaña. Pero lo que cuenta es el espíritu del abad Justin: «Esta es la Iglesia, nuestra misión».

 

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