“La cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la calma si el
mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas esas
vidas truncadas por falta de posibilidades nos parecen un mero
espectáculo que de ninguna manera nos altera”.
No, no es una frase de El Club de la Lucha, esto lo ha dicho el Papa. Como también ha dicho: “No
puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación
de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa”. Qué cierto es.
El 26 de noviembre de este año que hemos dejado atrás, el Papa Francisco ha publicado su primera exhortación apostólica, Evangelii Gaudium,
en la que transmite la urgencia del anuncio del Evangelio en el mundo
actual. En ella desarrolla diversos puntos de importante actualidad, que
giran alrededor del cometido que tenemos todos los cristianos de
extender la Buena Noticia y de, hoy más que nunca, contrarrestar con
nuestra alegría y dedicación las injusticias de este mundo.
Quería centrarme especialmente en el capítulo dos de esta
exhortación, que es –y los que lo habéis leído estaréis conmigo-, un
cubo de agua helada dirigida a nosotros, pobres burgueses, y cuyo
mensaje es: “¡Venga, levantad de una vez! ¿No veis cuánta pobreza hay a nuestro alrededor?”.
En este capítulo el Papa expone duramente, sin ornamento, con la
cruda prosa de un hombre que ha celebrado misa en parroquias de Villa
Miseria en Argentina y ha comido en la mesa de familias pobres, un claro
problema:
“Así como el mandamiento de «no matar» pone un límite claro para
asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir «no a una
economía de la exclusión y la inequidad». Esa economía mata. (…) Hemos
dado inicio a la cultura del «descarte» que, además, se promueve. Ya no
se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión,
sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la
pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella
abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobrantes»”.
Esto da que pensar. Yo mismo me veo en un vagón del metro, sentado,
escuchando música o leyendo, evitando que mi mirada se cruce con la de
una mujer, que con un bebé dormido en sus brazos, me pide chapurreando
español algo de comer para su hijo. Que sea rumana es lo de menos, que
forme parte de una mafia que utilizan a los bebés para inspirar lástima,
que realmente no necesite pedir limosna… Justificaciones y más
justificaciones, que tanto tú como yo nos hemos hecho algunas veces para
calmar nuestra conciencia y así no hacer nada.
En ese momento nuestra conciencia ha sido momentáneamente despertada,
pero con rapidez le susurramos “Sshh, no pasa nada…”, para que vuelva a
arroparse bajo, en palabras del Papa, “una globalización de la
indiferencia”.
(via: http://jovenescatolicos.es )
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