Supongo que la respuesta a la pregunta es, evidentemente, un sí rotundo. A todos nos apetece desconectar de las clases, del trabajo, de la ciudad o el pueblo en el que pasamos más de 300 días al año. El verano y el sofá todos sabemos que son íntimos amigos; y quien dice el sofá, dice la toalla, el balón, las barbacoas, los amigos, los libros, los días largos sin hacer nada, simplemente “desconectando”. Y, sí, desconectar, en cierta medida, está muy bien –y es más que probable que lo tengamos muy merecido–, pero el verano de un joven católico no puede terminar ahí.
Todos tenemos algo muy valioso: el tiempo, y no hay mejor manera de utilizarlo que poniéndolo al servicio de los demás.
Es tiempo de dejar a un lado la ociosidad y de servir a nuestra familia a nuestros amigos, de ir a visitar a los abuelos o ayudar a quien nos necesite. Pero también es tiempo de no dejar de lado nuestra vida interior, porque, aunque parezca paradójico, el calor del verano, enfría el corazón; tenemos que cuidar la oración, los sacramentos y la Misa, y sacar tiempo para ello allí donde estemos, porque en ese lugar, Dios nos espera.
¿Te apuntas a vivir un verano pleno sirviendo a quien lo necesite? ¡Disfruta de las vacaciones, pero sin olvidar lo esencial: Dios y los demás!
(via:http://www.jovenescatolicos.es/ )
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