Juan Carlos Gómez tiene 34 años. Trabajaba como arquitecto en un
despacho hasta que hace tres años cerró por la crisis. “Me vi en la
calle, sin trabajo y con una hija de 3 meses. Aunque mi mujer ganaba lo
suficiente como para no pasar necesidades, me desesperé”, relata.
Durante los cinco primeros meses presentó solicitudes en muchas
empresas, pero no tenía suerte. “Caí en una espiral de autocompasión, me
costaba levantarme de la cama, no tenía ganas de nada. Mi mujer fue un
gran apoyo para mí, pero en ese momento no sabía agradecérselo”,
continúa.
Un día, buscando ofertas en Internet, se encontró con una página web
que animaba a la gente a ser voluntaria. “Me llamó la atención un
artículo sobre las Misioneras de la Caridad. No le hice ni caso, pero
supongo que la idea se me quedó grabada”, recuerda.
Pasaron otros dos meses y un día, cenando con un antiguo compañero le
contó que él acudía tres días por semana a cuidar a enfermos de sida con
las Hermanas de la Madre Teresa de Calcuta. “Me animó a ir con él y
decidí probar. Tampoco tenía nada mejor que hacer”, asegura.
Esa misma semana acompañó a su amigo al centro que las monjas tienen en
Vallecas. Cuando vio a los enfermos su primer impulso fue irse, pero no
lo hizo por vergüenza a lo que su colega pensara. “La gente estaba muy
mal. Estar con los enfermos es mirar al dolor a la cara. Es muy duro”,
mantiene.
Una religiosa en seguida le mandó trabajo. “Era una mujer muy enérgica.
Me pidió que la ayudara a bañar a un paciente. Ver el amor con el que
trataba a alguien desahuciado por la sociedad me hizo cambiar. Yo quise
ser igual, ser capaz de trasmitir ese mismo amor”, rememora.
Juan Carlos empezó a ir varios días por semana, siempre que podía. Fue
cogiendo cariño a todos los que vivían allí y entregándose a su labor
como voluntario. “Cuidaba a los enfermos de sida con el mismo cariño que
trato a mi hija. No los veía como enfermos, sino como personas que
necesitaban amor. Darme a los que ya han perdido la esperazanza me
devolvió las ganas de vivir y de luchar. No tengo palabras para
agradecer tanto”, sonríe.
Hace cuatro meses, el arquitecto volvió a encontrar trabajo. En la
empresa, cuenta, están mis contentos con su actitud. “Intento tratar a
todos como el mismo cariño que trataba a los que no tenían nada. Puede
que tengan bienes materiales, pero todos tienen sufrimientos internos
que también deben ser curados”, sostiene.
Con el nuevo empleo no puede acudir con tanta asiduidad al centro de
las Misioneras de la Caridad, aunque se escapa siempre que puede.
“Cuando mi hija sea más mayor me gustaría que viniera aquí conmigo.
Darse a los que menos tienen es imprescindible para que se convierta en
una persona que merezca la pena en el futuro”, concluye.
(via:www.mirada21.es)
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